HUELLAS intervención plástica Barrio 20 de Julio

Lugares heterogéneos, se cruzan y componen los trazos de nuestras memorias.


Existen dos lugares que han marcado profundamente la experiencia de mi relación con el mundo, uno es la casa en el campo de mi abuela en Cáqueza, a la que me he remitido en anteriores trabajos, puesto que es el recuerdo más agradable de mi infancia.



Cuando por fin me despertaba, todo estaba oscuro, la luz que se asomaba por pequeños orificios de las tejas de zinc y bajo la puerta, acompañaba los cantos de las aves que revoloteaban entre las matas del jardín frente de la casa.
Nunca supe la hora exacta en que mi abuelita se levantaba, pero siempre al salir del cuarto la encontraba tomando tinto en el corredor, con la mirada fija en las montañas por encima de la baranda de cemento.


El otro lugar es la casa que era de mi mamá, en el barrio 20 de Julio, donde viví mis primeros años en Bogotá. Ambos son lugares donde cohabitan la existencia y la historia en continua comunicación, lugares de la memoria.




Ni siquiera había pasado un mes después de la muerte de mi abuelita, cuando nos estábamos yendo de la casa del 20 de Julio. Desde antes, cuando ella estuvo enferma, la casa empezó a volverse cada vez más pequeña.
Parecía que una fuerza nos empujara a salir de ella.




La casa del barrio 20 de Julio donde toma forma la intervención plástica, se encuentra abandonada desde hace más de cinco años, debido al deterioro en aumento que presenta a causa de deslizamientos de tierra, ya que muchas de las laderas que conforman los cerros de Bogotá tienen una predisposición a la generación de deslizamientos, pero principalmente se debe a la adecuación de terrenos inestables para la construcción de vivienda sin el cumplimiento de los mínimos requisitos técnicos que han desencadenado la destrucción progresiva de viviendas e infraestructura de servicios públicos.





Las construcciones marcadas por el tiempo son personajes que llevan una vida propia. Dan testimonio de historias que llegan de regiones que sobrepasan el conocimiento. Son vestigios de historias que a diferencia de las de los museos o los libros, ya no tienen lenguaje. En efecto, tienen la función de historia, que consiste en abrir una profundidad en el presente, pero ya no poseen el contenido que vuelve más dócil el sentido de extrañeza del pasado (Certeau 1996).





Con la destrucción de un gran número de viviendas pertenecientes al conjunto residencial San Luis, también se desboronaron los sueños de muchas familias de vivir en casa propia, una de las afectadas fue la mía. Pero aunque vivir con la amenaza de un deslizamiento de tierra a diario era preocupante, fue otro tipo de fenómeno el que hizo que muchos más propietarios perdieran sus casas; el UPAC (Unidad de Poder Adquisitivo Constante).

Este sistema de captación y colocación basado en el ahorro, destinado inicialmente y durante más de dos décadas al desarrollo de la construcción de vivienda, se creó en 1972 durante el gobierno de Misael Pastrana Borrero como parte del Plan de desarrollo implantado por dicho Presidente, permitiendo la corrección Monetaria, la cual se hizo inicialmente de acuerdo con la variación acumulada del índice nacional de precios, es decir, la inflación. En términos prácticos lo que esto significa es que personas que pidieron préstamos de 20 millones de pesos terminaron pagando 40 y debiendo otros 20. Esta es la razón por la cual mi familia y yo, no vivimos en la casa que adquirimos con orgullo hace 11 años y que pertenece al Banco Davivienda desde hace tres.



Así es que las casas que no fueron destruidas por los deslizamientos, han sido arrebatadas por los bancos. Sin embargo, este conjunto residencial aún cuenta con varias familias que además de las dos amenazas anteriores, llevan esperando desde hace más de siete años, cuando se presentaron los primeros deslizamientos, una merecida indemnización que no se sabe cuando se pagará. Uno de ellos es el señor Eladio García Susa, quien amablemente me prestó su casa, para presentar mí propuesta plástica, sin retribución alguna, pero liberándose de cualquier responsabilidad sobre mi integridad física, debido al avanzado estado de deterioro de la casa.



Los lugares, los objetos y los cuerpos se transforman en el tiempo hasta que en un momento desaparecen. Lo irónico es que adquieren importancia cuando ya no están. La casa de mi abuela en Cáqueza, y la casa del barrio 20 de Julio en Bogotá, son lugares heterogéneos, que se cruzan y componen los trazos de mi memoria. En estos lugares han sobrevivido los sismos de la historia y presentan de forma extraña, la inmensa vitalidad silenciosa de los asentamientos humanos. (Certeau 1996).



Mi obra deviene de lugares de tránsito entre el pasado y el presente, reconoce que el tiempo no solo transforma la materia sino también los recuerdos, que cada vez se vuelven más débiles, se convierten en fragmentos del pasado que constituyen nuestra memoria.


“Somos una construcción de fragmentos del pasado”
Mario Opazo.


La intervención plástica en la casa del barrio 20 de Julio, se apoya en las historias sin palabras de las viviendas, que según Certeau (1996), cincelan la memoria con ausencias: infancias, tradiciones genealógicas, acontecimientos sin fecha.
En la casa, se dibujan relatos a partir de los objetos presentes o ausentes y de los usos que éstos suponen. El acomodo del mobiliario, las fuentes de luz, el reflejo de un espejo, un libro abierto, el orden y el desorden, lo visible y lo invisible, la armonía y las discordancias, todo apunta a un relato de vida en el que se mezclan los recuerdos de la casa de mi abuela y la de mi mamá. Nuestras viviendas sucesivas jamás desaparecen del todo, las dejamos sin dejarlas, pues habitan a su vez invisibles, presentes en nuestras memorias y en nuestros sueños (Certeau 1996).
Las “cosas viejas” que componen los diferentes espacios de la casa, representan las formas del abandono y del deterioro, carentes de utilidad evocan la pérdida, la decadencia, la separación y la muerte. Dan lugar a lo que he llamado “estética del deterioro”, compuesta por materia gastada y devaluada, residuo del uso, que da cuenta silenciosamente de las intrincadas devaluaciones sociales. Estos objetos, provienen de pasados indescifrables, tienen una existencia muda que ha sido extraída de la actualidad, extienden sus ramificaciones, penetrando toda la red de nuestra vida cotidiana, sobreviven o seden ante el deterioro de la vida humana (Certeau 1996).

Las cosas viejas se hacen notables,
son cosas que son espíritus.

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